En la funesta década del 90, casi en soledad, Raúl Alfonsín enfrentó con firmeza y fundamento al neoliberalismo, cuando en el mundo campeaba la “revolución conservadora” de Thatcher y Reagan, cuyas semillas fueron sembradas en nuestra tierra por la dictadura, germinaron con el menemismo y florecieron con el macrismo.
Me distinguió con
su afecto, continuidad de la tumultuosa amistad que lo ligó a mi padre, y pese
a la dura crítica que como político formulé durante su presidencia a las leyes
de Punto Final y Obediencia Debida o al giro económico de la economía de guerra.
Ya en el llano, y
hasta su muerte, siguieron muchas horas de reflexión política en su departamento
de la calle Santa Fe, que también fueron de constructivo intercambio entre su
krausismo con impronta socialdemócrata y mi marxismo.
Era un período difícil para el ex
presidente, cercado por los agravios del menemismo, al que la prensa hegemónica
sumó un implacable silenciamiento, salvo para ofenderlo o calumniarlo.
A ese coro se unieron
-por oportunismo o convicción- no pocos dirigentes de la UCR que crecieron a su
sombra, los que entonces contribuyeron a un lacerante aislamiento, y hoy malversan
su legado desde las filas de Juntos por el Cambio (JxC), principal expresión de
una ideología y una práctica que condenó explícitamente.
Seguramente en
ellos pensaba el fundador de Renovación y Cambio cuando en 1996, desde el prólogo
de su libro “Democracia y consenso”, se propuso “…enaltecer la lucha de la
UCR a favor de los principios del Estado de Bienestar y propiciar en su seno
una actitud firme y sistemática contra las postulaciones del neoconservadorismo,
evitando cualquier forma de seducción que la saque de su cauce”.
En marzo de 2015,
cuando la Convención Nacional aprobó en Gualeguaychú su alianza con la derecha
del PRO, se concretó la temida seducción del régimen conservador. La UCR no se rompió
entónces, se dobló y apartó del cauce reivindicado por Alfonsín, de su
proclamado compromiso con los desposeídos.
De este modo, el
centenario partido dio base territorial e institucional a un núcleo municipal,
para coprotagonizar un gobierno que, como dijera el ex presidente acerca de las
administraciones neoliberales, son “la contrafigura de la democracia basada
en la solidaridad, la participación y la búsqueda de la igualdad. Parte(n) de
una filosofía del cinismo que genera resignación; propone(n) una democracia
elitista que desalienta la participación y la búsqueda de la igualdad, se apoya(n)
en una concepción del Estado mínimo, que solo debe ocuparse de la seguridad; se
asienta(n) sobre una idea económica que confunde la libertad individual con el
mercado libre; reprueba el gasto social, por injusto, fútil y peligroso; impulsa(n)
una educación socialmente discriminatoria que conspira contra la movilidad
social y, finalmente acepta(n) la manipulación de la opinión pública, como única
forma de viabilizar políticas regresivas”.
En los meses que
lleva en la oposición, esa cúpula partidaria se muestra lejos de rectificar y
tomar distancia de las peores expresiones de este pensamiento. Por el contrario,
se ha impregnado de sus raíces ideológicas para fundamentar el bloqueo de todas
las iniciativas gubernamentales.
¿Que tienen que ver las vacilaciones de la
dirigencia radical frente al golpe en Bolivia, o el irracional temor que
siembran en relación a Cuba, con la política exterior de Alfonsín, con su rechazo
del bloqueo a la isla y la defensa de la autodeterminación de los pueblos? Mucho
menos se inspiran en su respuesta al un ex presidente estadounidense en 1985, cuando
en los jardines de la Casa Blanca dejó de lado su discurso para rechazar las
políticas de ajuste y cualquier injerencia militar en el continente, luego que Regan
(con similar lenguaje al que ahora usan Trump o Cambiemos para referirse a Venezuela)
exigió una postura intervencionista contra “la tiranía comunista impuesta en
Nicaragua”.
Para la cúpula de
la UCR el intento de salvataje de la cerealera Vicentin, cuyos dueños expropiaron
a miles de productores y al Estado con su estafa, fue una violación de la
propiedad privada. Una medida “confiscatoria” dijeron, el mismo término que
usara Guillermo Alchourron, un 13 de agosto de 1988 en la Sociedad Rural, para
condenar la política agropecuaria del ex presidente, quien les recordó a los
que lo abucheaban que “se han quedado en silencio cuando han venido acá a
hablar en representación de la dictadura. Y son también los que se han
equivocado y han aplaudido a quienes han venido a destruir la producción
agraria argentina. No son los productores agropecuarios”.
La UCR se une al hipócrita
y desestabilizador festival reaccionario acerca de la corrupción. Muta de víctima
en victimaria, para reiterar el escenario montado contra la gestión radical en
el inicio de la recuperación democrática. Entonces, en abril de 1987, Alfonsín le
cerró la boca de monseñor Medina, el vicario castrense que acusó a su gobierno “coimas”
y “negociados, imputación que sería retomada por la prensa hegemónica y el propio
Carlos Menem: con su habitual descaro lo consideró “el gobierno más corrupto de
la historia”.
Esta conducción se suma genuflexa al rechazo
corporativo a la declaración de servicio público esencial del sistema de
comunicaciones digital, al proyecto de aporte extraordinario de las grandes fortunas,
a cualquier control de precios o regulación estatal. Se pliegan a la cantinela neoliberal
en lugar de compartir las definiciones del líder radical, para quien “…el mercado
requiere ser regulado para evitar deformaciones tales como monopolios y oligopolios
y que además el Estado no puede abandonar su papel redistribuidor, ya que el
mercado aumenta la brecha entre el rico y el pobre”.
Corren solícitos
en defensa de los multimillonarios negocios del grupo Clarín, al que el ex
presidente frenó temporalmente en su avanzada hegemónica y de cuyo diario insignia
advertía que “…se especializa en titular de manera definida, como si
realmente quisiera hacerle caer la fe y la esperanza al pueblo argentino”, o
del que Cesar Jaroslavsky, añadiera que “ataca como partido político y, si uno
le contesta, se defiende con la libertad de prensa”.
La cúpula radical
repite, con los monopolios mediáticos, que las regulaciones ponen en peligro la
libertad a la que hacía referencia el ex jefe del bloque de diputados de la UCR,
pero omiten que para Alfonsín eran necesarias para frenar la expansión de las
posiciones dominantes en el sector: “…el correlato insustituible de la
libertad de prensa es el igualmente importante derecho del pueblo a una correcta
información y al acceso igualitario a todas las opiniones en los medios de comunicación.
Dicho de otro modo, el fundamento de la libertad de prensa es doble: debe garantizar
la libertad de expresión y resguardar el derecho a la información y el
pluralismo”, prevenía.
Poco tiene que
ver la advertencia sobre “Una oposición que intentara
la anulación del gobierno se alejaría de las reglas de juego del sistema
democrático” con el bloqueo de JxC al debate en Diputados, incluida su impugnación
judicial a una sesión parlamentaria, nunca tan brutalmente expresada como por
el senador Luis Naidenoff, quien directamente promovió la intromisión de la Corte
Suprema en caso sancionarse un proyecto del poder Ejecutivo.
Sus parlamentarios
traban el proyecto de reformas al fuero federal con argumentos que van desde una
búsqueda de impunidad (que no logran ubicar concretamente en ningún artículo)
hasta lo “inoportuno” de reformas parciales “en momentos de crisis como la que
atravesamos”, pasando por lamentar “nuevos temas de discrepancias y de divisiones
entre los argentinos”. Sugerente, los entrecomillados pertenecen a (algunos de)
los cuestionamientos formulados al pluralista Consejo de Consolidación de la
Democracia que Alfonsín impulsó en 1985, con un objetivo mucho más ambicioso, y
en tiempos aún más difíciles: la reforma de la Constitución Nacional.
¿Con que autoridad
hablan de la democracia, la república y la libertad, dibujando una imagen recortada
y pasteurizada del ideario de Raúl Alfonsín?
“Democracia -escribió
el fallecido líder radical- es vigencia de la libertad y los derechos, pero
también existencia de igualdad de oportunidades y distribución equitativa de la
riqueza, los beneficios y las cargas sociales: tenemos libertad, pero nos falta
la igualdad. Tenemos una democracia real, tangible, pero coja e incompleta y,
por lo tanto, insatisfactoria: es una democracia que no ha cumplido aún con algunos
de sus principios fundamentales, que no ha construido aun un piso sólido que
albergue e incluya a los desamparados y excluidos”.
Raúl Alfonsín jamás concibió la democracia,
la república o la libertad en abstracto, sino que batalló con aciertos y
errores por la República Democrática y la Democracia Social.
Su convicción de
que “Con la democracia se come, se cura, se educa” mantiene absoluta vigencia,
a contramano de la prédica neoliberal, e incluso la de algunos que levantan de
manera miope y excluyente las banderas de lo nacional y popular.
Porque fueron y son
tareas pendientes, porque todavía la República Argentina no es una República Democrática,
porque no lo será mientras no coman, se curen y eduquen todos los argentinos.
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