11/9/1973: La Moneda bombardeada |
Agradezco
profundamente a los compañeros de la
indispensable publicación Socompa, la difusión del testimonio de Isidoro
Gilbert, en el documental la “Conexión Buenos Aires”,
historia de la gestación del programa de Radio Moscú “Escucha
Chile”, que “sacó de quicio al genocida Pinochet y su Junta Militar y que reproduje en este mismo blog el 18 de julio.
Se
trata de un hermoso y altamente profesional trabajo de Alejandro Andam
y Daniel Iglesias, embarcados en un proyecto que rescata las vivencias del
diario Sur (“SurVive”).
Por
mi parte, aporto hoy por primera vez un capítulo, “Tras las garras del Cóndor”, de mi libro “SECRETOS EN ROJO. Un militante
entre dos siglos”, de Ediciones Corregidor.
Relata cómo paralelamente a esa tarea de “solidaria”,
por decisión de los PC de Argentina y los países hermanos, así como el aporte
fundamental de los de la entonces Unión Soviética, Checoslovaquia y la
República Democrática Alemana, una parte de los argentinos, chilenos, uruguayos
y paraguayos desarrollamos
secretamente, aún para Isidoro y nuestros propios camaradas periodistas, una
red de contrainteligencia, y en caso de acciones de contraofensiva, ante
el Plan Cóndor.
Valentín
Mashkin fue el primer autor que sistematizó y reveló al mundo, con
fundamentada información, la coordinadora criminal de las dictaduras del cono
sur en los años ’70, la llamada Operación Cóndor27.
Este
trabajo fue profundizado y completado por Stella Calloni en una investigación
que incluye desde testimonios del Nunca Más, hasta las pruebas de los
“Archivos del Terror”, en Paraguay, documentos oficiales descubiertos gracias a
una temeraria investigación de Martín Almada28.
Poco antes, en
1998, aparecieron pruebas contundentes de la complicidad de las dictaduras y el
apoyo estadounidense, con desclasificación parcial de documentos
estadounidenses.
Pero
hasta hoy nadie contó parte de la trama secreta de la primera investigación, la
de Valentín Mashkin, que vamos a relatar.
Se
trató de un meticuloso trabajo de los servicios de inteligencia de la entonces
Unión Soviética, alimentados en gran parte por lo que se dio en llamar “Córdoba
652, 11 E”, calle, número, piso y departamento en donde, desde los años ’60, se
coordinaron los esfuerzos de recopilación de las denuncias y la solidaridad con
el cerco de dictaduras que se iba cerrando.
El
equipo
¿Los
nombres de aquella increíble epopeya?
Isidoro
Gilbert, responsable del PC local y corresponsal de la Agencia TASS, que
fue la “cobertura” de esta estructura que agrupó a las corresponsalías de las
agencias de noticias de los entonces “países socialistas”, así como de
matutinos de gran impacto europeo como L’Unitá, L’Humanité, Neues
Deustchland.
Arturo
Lozza, Rodolfo Nadra, Adolfo Coronato y yo mismo, la “mascota” del equipo,
hasta que me “destinaron” a Prensa Latina, luego del golpe de 1976, con
lo que sumamos, de hecho, otra agencia y vía de transmisión al exterior.
Y
con ellos paraguayos como el escritor y poeta Elvio Romero; chilenos como José
Madlavsky, hoy notable documentalista, Enrique Martini, o Luis “Lucho” Córdoba;
el miembro del Comité Central de PC Uruguayo, Nicko Scwartz, actualmente
embajador uruguayo en Vietnam.
Párrafo
aparte merecen tres poetas, entre los mejores contemporáneos de Latinoamérica,
que se jugaron en esos años: Jorge Ricardo Aulicino y Daniel Freidemberg,
argentinos; Hernán Miranda Casanova, Premio Casa de las Américas (La Habana,
Cuba, 1976) con el libro “La Moneda y otros poemas”, chileno.
Ellos y otros muchos que colaboraban en la periferia o
en el interior de cada territorio, varios de los cuales perdieron su vida
salvando la de otros o llevando la verdad al mundo.
Recuerdo
a Lozza, casi un gigante, desgarbado, mirándome a través de sus lentes como
lupas. Mi primera “tarea” en 1970, con 18 años y título de “cadete” oficial,
fue preparar una de las infinitas rondas diarias de café para “los muchachos”.
Cuando saboreó la que sería una adicción compartida por locales y visitantes,
me vaticinó con su humor corrosivo: “Albertito, ahora sí, no tengo dudas; vas a
ser un gran periodista”.
Hoy,
es él quien me recuerda que el período que siguió al golpe en Chile fue un
tramo más en “el largo camino de Córdoba, pues allí atravesamos no solo la
dictadura genocida sino además todas las anteriores. Los encuentros con muchos
que hoy ya no están entre nosotros porque están desaparecidos. Recordemos las
vigilias informativas del Cordobazo, del golpe y la caída de Onganía, nuestros
despachos diciendo verdades que los medios dominantes no daban, los análisis
que salían de Córdoba y que se publicaban en Europa”.
Un
rastro sangriento
Horroriza,
hoy, a más de cuarenta años de los hechos repasar las acciones de la Operación
Cóndor, dirigida por la CIA de George Bush padre y el secretario Henry
Kissinger, con sicarios cubanos, de la antigua OAS francesa o la Triple A
nativa, todos a su servicio.
Chile,
mediante el golpe organizado por Estados Unidos, se convierte en pieza clave, y
se une a los regímenes sangrientos de Paraguay, Brasil, Bolivia, Uruguay; antes
y después, las distintas dictaduras argentinas.
Bajo
su coordinación las Fuerzas Armadas del Cono Sur coordinaron el crimen del ex
presidente boliviano Juan José Torres en Buenos Aires el 2 de junio de 1976;
antes el del ex jefe del Ejército de Chile, General Carlos Prats y su esposa,
el 30 de octubre de 1974; y el de secuestro, tortura y muerte de los ex
legisladores Zelmar Michellini y Héctor Gutiérrez Ruiz, el 21 de mayo de 1976;
todos en Buenos Aires, bajo la dictadura, y antes durante el gobierno de Isabel
Perón.
Planifican
y concretan, nada menos que en territorio de los Estados Unidos, el asesinato
de Orlando Letelier, ex ministro y embajador de Allende, y su secretaria; con
la activa participación del agente de la CIA Michael Townley, el 21 de
septiembre de 1976. Y el brutal atentado al vuelo CU-455 de Cubana de
Aviación, sobre la isla de Barbados, en el que perdieron la vida 73
personas, el 6 de octubre de 1976.
También
hubo intentos fallidos en 1975: el vicepresidente chileno Bernardo Leighton en
Italia, el socialista Carlos Altamirano y el comunista Volodia Teitelbom.
Hay otras muertes sospechadas, aunque no probadas como
asesinatos, en la lista: el presidente de Ecuador, Jaime Rolós, y el líder
panameño Omar Torrijos, ambos considerados “peligrosos” por los Estados Unidos,
y ambos víctimas de “accidentes” aéreos en 1981.
En
octubre de 2011, abierto nuevamente en Argentina el rumbo para la Verdad, la
Justicia y la Memoria, Sergio López Burgos, sobreviviente uruguayo de la Operación
Cóndor y ex detenido de Automotores Orletti29, denunció
penalmente ante la justicia argentina a un centenar de funcionarios civiles y
militares de su país por su participación en la coordinación del plan de
represión ilegal.
La
denuncia comprende a ex dictadores, diplomáticos y militares acusados de
secuestros, torturas, asesinatos y desapariciones de 120 uruguayos que residían
en el país, y revela la participación esencial de la embajada oriental en
Buenos Aires en la inteligencia sobre exiliados uruguayos en el país.
Sobre
la denuncia de Burgos, en mayo de 2012, el fiscal federal Miguel Ángel Osorio
registró 160 crímenes con la marca de El Cóndor. De los casos
contemplados, 16 corresponden a ciudadanos argentinos; también hay un español,
dos ítalo-uruguayos, una argentina-uruguaya y una hispano-uruguaya. Los
restantes 139 son personas nacidas en Uruguay. El listado incluye 20 hechos
ocurridos con anterioridad al golpe de estado de 1976.
Martin Almada y los "Archivos del Terror": cuatro toneladas de pruebas, fichas, fotos y grabaciones de torturas y desapariciones. |
Todos
ellos forman parte de la legión de miles –miles– de hombres y mujeres
secuestrados, cada uno de ellos con su nombre y apellido, su familia, su
historia, a quienes en distintos territorios se torturó bárbaramente, y
–“remitidos” a sus países de origen– finalmente fueron asesinados en su mayor
parte.
El
“rastro sangriento” de El Cóndor, al decir de Mashkin, es imposible
seguirlo en unas líneas, pero puede insinuarse al citar que en 1992, el juez
paraguayo José Fernández y el abogado, pedagogo y víctima de Stroessner, Martín
Almada, descubrieron los llamados “Archivos del Terror”, y de esta forma quedó
probado, con documentación de sus autores, el plan sistemático de persecución y
eliminación a los adversarios políticos –comunistas, socialistas,
izquierdistas, con un sentido amplísimo del término– con independencia de las
fronteras nacionales.
Hay
dos maneras de percibir la magnitud del horror.
Una,
por las cuatro toneladas (literalmente cuatro toneladas) de fichas de
detención, grabaciones y fotos de torturas, registro de apresamiento y traslado
entre los países integrantes.
Otra,
espeluznante, esas toneladas de documentación permiten probar al menos los
casos de 50.000 personas asesinadas, 30.000 desaparecidos y 400.000
encarcelados.
Prensa
Latina
Recuerdo
vívidamente un caso concreto, en 1976, cuando yo era Jefe de Redacción de Prensa
Latina.
El
9 de agosto secuestran en Buenos Aires a dos jóvenes diplomáticos cubanos,
Crescencio Nicomedes Galañena Hernández y Jesús Cejas Arias, de quienes mucho
más adelante supimos murieron torturados en el CCD Automotores Orletti.
“¿Nadra?
¿Alberto? ¿Cómo anda ‘Pepe?”, apodo de José Bodes Gomes, entonces corresponsal
de la agencia de noticias cubana, donde yo trabajaba por la mañana, en el Edificio
Safico, en la Avenida Corrientes 456.
Me
estremecí. No era la primera ni sería la última amenaza.
“Aquí
va un saludito de María Rosa. Seguí atacando al país, hijo de puta, que con
cada nota que mandes le subimos unos voltios”.
A continuación escuché los gritos desgarradores de una
mujer.
Informé,
apabullado, en días que realizábamos “resúmenes” matutinos y nocturnos de
“muertos en enfrentamientos” de miembros de “la organización subversiva
declarada ilegal en primer lugar” (ERP) o de “la organización subversiva
declarada ilegal en segundo lugar” (Montoneros), en casi todos los casos
víctimas de la “ley de fuga”.
Horas
después, la Fede me informa que el 3 de agosto de 1976, la camarada
argentina María Rosa Cancere, que por referencia del Partido realizaba trabajos
de limpieza en la Embajada de Cuba, Virrey del Pino 1810, dejó su trabajo a las
16.00 como todos los días, para dirigirse a su casa.
Nunca
llegó.
Seis
días después del secuestro de María Rosa se produjo el de los diplomáticos
cubanos.
El Cóndor los
arrastró con sus garras.
Automotores Orletti: Aquì, dos diplomáticos cubanos y dos militantes comunistas argentinos, que trabajaban en mantenimiento de la Embajada, fueron torturados ya asesinados. |
Hace
unos meses leí en Página/12, del merecido homenaje que la Embajada
rindió a sus dos antecesores asesinados en Buenos Aires.
El
2 de agosto de 2012 la tapa del mismo matutino me golpeó con la foto de uno de
ellos, Crescencio Nicomedes Galañena Hernández, cuyo cuerpo fue hallado por un
grupo de niños en un barril relleno de cemento, y fue identificado por el
Equipo Argentino de Antropología Forense. La nota es estremecedora30.
Da
cuenta como la Cancillería de la dictadura “informó”, con la metodología
habitual, que los diplomáticos había “desertado para buscar la libertad”. Se
cita una investigación del periodista estadounidense John Dinges, según la cual
el ya nombrado agente de la CIA, Michael Townley, y el cubano-estadounidense
Guillermo Novo Sampoll habrían viajado a la Argentina para interrogar a Cejas
Arias y Galañena Hernández. “Ellos cooperaron en la tortura y el asesinato de los
dos diplomáticos cubanos”, declaró ante la jueza María Servini de Cubría el
represor Manuel Contreras Sepúlveda, ex jefe de la DINA, la policía secreta
pinochetista.
En
ninguna de las dos ocasiones leí referencia alguna a María Rosa.
Sólo
sus gritos, nuevamente; siempre, hasta que me vaya.
Valentín
Mashkin
Isidoro
Gilbert fue el responsable de Córdoba 652. En ese carácter hay
muchísimas historias, datos y directivas que jamás nos comentó, ni debía
hacerlo. Nosotros siempre lo aceptamos, pues era el jefe. Lo curioso es que él
no supo que algunos de nosotros también conocíamos otros datos, establecíamos
otras relaciones y recibíamos otras directivas –que expresamente no
contradecían las que él recibía, simplemente eran otras– pero que se cumplían
en estricto secreto, en primer lugar para el propio Isidoro.
Gilbert,
en su libro LA FEDE, lo relata así: “La agencia TASS daba cobertura al
funcionamiento de corresponsales de otras agencias o diarios comunistas. Todo
el grupo integró ese equipo con contactos permanentes con el interior de Chile,
etc. El PC de ese país envió periódicamente periodistas para trabajar en el
servicio, como José Madlawsky y Enrique Martini. Ese informativo fue la base
del famoso programa que transmitió Radio Moscú: ‘Escucha Chile’, y que mucho
disgustó a la dictadura trasandina. El equipo envió informaciones de todo lo
que ocurría en Argentina, pero la misma emisora actuó de manera diferente
frente a la dictadura argentina, pese a los esfuerzos de los periodistas
argentinos Arturo Lozza, Rodolfo Nadra y José Andrés López. Todo se inició con
un telegrama de Mijaíl Artiuchenko, jefe para América latina de TASS envió hora
después del golpe de Augusto Pinochet. ‘Necesitamos periódica cobertura de los
acontecimientos en Chile’, ordenó. Un día después del golpe me llamó desde Roma
el redactor del diario L’ Unitá, Guido Vicario. El autor era
corresponsal ad honorem del matutino comunista. ‘Están reunidos los secretarios
de los partidos comunistas de Italia, España y Francia y quieren saber que pasa
en Chile’, le dijo. Le contó que tenía informes militares locales de radios del
Ejército chileno dando cuenta de operaciones de fusilamiento contra opositores.
Supo después que con esos y otros informes, se conoció el documento de
solidaridad con Chile del ‘eurocomunismo’”31.
Logo de lo que fue Radio Moscú |
Conocí
a Valentín Mashkin a fines de los ‘70, en un encuentro casual en Radio Moscú,
hoy absurdamente rebautizada La Voz de Rusia.
Uno
de mis hermanos –que centralizaba la información que provenía del equipo y las
transmisiones de la radio– le había comentado de mi participación en el rescate
del último poema de Víctor Jara, el trovador comunista asesinado en el Estadio
Nacional de Chile el 16 de septiembre de 1973, a los 40 años. También de la
transmisión, en este caso ya desde Prensa Latina, de la ahora célebre Carta
Abierta a la Junta Militar de Rodolfo Walsh, que recibimos el mismo marzo
de su secuestro, en 1977.
Este,
creo, fue un dato central.
El intercambio de informaciones entre el PCUS y el PC
Cubano era tan fraternal, como mutuamente prudente, receloso tal vez.
Mashkin,
siempre fue presentado como “periodista y escritor”. Pero sus estratégicos
contactos e información, permiten arriesgar alguna hipótesis más. Estuvo
siempre en lugares precisos en los momentos exactos. Fue el primer traductor y
crítico de Ernest Hemingway, quién lo distinguió con su amistad. Viajó a La
Habana, donde fue corresponsal, cuando la primera exposición Soviética en Cuba,
en los ’60. El periodista, lo supe después, estaba particularmente interesado
por el trabajo de Córdoba 652, que seguía hace años.
Un
viernes de enero de 1979, casi congelado caminé, casi corrí con Rodolfo las
seis cuadras que separaban el departamento de mi hermano (en la “torre” de Ploshiad
Vostania en Moscú) de la agencia TASS, donde llegaban nuestros despachos de
Buenos Aires.
Luego,
el entonces deslumbrante, pero para mi incomprensible subterráneo moscovita,
nos llevó a Radio Moscú, donde vi la grabación de La Semana Argentina,
que se emitía los viernes, y nos presentaron a Mashkin.
Regordete,
gruesos anteojos y barbita a lo Lenin, pareció particularmente interesado en el
trabajo al interior de nuestros países. Centró sus preguntas en los métodos de
acopio de la información y solicitaba determinadas precisiones, tanto de los
despachos como de los materiales que –no lo mencionó, pero se refirió a casos
precisos que yo conocía– se enviaban por valija diplomática.
Ploshiad
Vostania
Rodolfo
y su familia vivían en Ploshiad Vostania (Casa 1, piso 11 cuartira
371), o Plaza de la Insurrección, en homenaje a la “Barricada Roja”
levantada en la Revolución de 190532. No era un edificio más, ni
cualquiera podía acceder a un departamento. Era una decisión política.
Las
torres, símbolos de Moscú, popularmente conocidas como “Los siete caprichos de
Stalin”, son impactantes y exteriormente idénticas de un estilo entre neogótico
y barroco, con muchos pináculos y torreones y ventanas que parecen aspilleras
de una fortaleza medieval, sobresaliendo sobre elevaciones en los distintos
puntos cardinales de Moscú.
Con
arquitectura similar a la de Nueva York de los años 50, entre los más conocidos
están los que albergaban a la Cancillería, la Universidad Lomonósov o el Hotel
Ucrania, donde paré en otro de mis viajes, ya en tiempos de Mijaíl Gorbachov,
en lo que fue una de las últimas conferencias de la historia del Partido
Comunista de la Unión Soviética (PCUS).
En
el ascensor, o en un pasillo, podían suceder sorpresas.
Como
saludar amablemente a un hombre de cuidado impermeable blanco, un vecino al que
Rodolfo me presenta y responde en claro castellano, entre risas e invitaciones
mutuas a tomar “unos tragos”: Harold Adrian Russell Philby, o “Kim” Philby, el
alto jefe de la inteligencia británica (MI6), que en realidad fue parte del
servicio secreto soviético. Philby se refugió en Moscú y contrajo (segundo)
matrimonio con Rufina Ivanova Pujova, veinte años menor que él y que lo
acompañaría hasta su muerte, a la edad de 76 años, en 1988.
En él, ex amigo de su juventud,
se inspiró para varios de sus relatos Graham Greene. Es el caso de El Tercer
Hombre, una sus obras de espionaje que fue llevada al cine, donde el
novelista basó parcialmente en Philby el personaje de villano, interpretado por
Orson Welles. También miembro de MI6, Greene reinició su amistad con Philby
tras recibir, a finales de los setenta, una postal suya desde Moscú que tan
sólo decía «A nuestro hombre en La Habana».
En ese particular edificio, días después de nuestra
visita a Radio Moscú, recibimos a Valerián Goncharov, encargado de
Argentina por el CC del PCUS, por lo que con cierto esfuerzo me deshice de los
abrazos y saltos de mis sobrinos: entonces, Santiago y Javier, pues la
“moscovita” de la familia, Valeria, llegaría un 9 de julio de 1980.
Goncharov
nos explicó lo que –dijo– era el inicio de una investigación básica: una
operación clandestina de asesinatos de figuras latinoamericanas, con
orientación y financiamiento de la CIA, y plan de intercambio y exterminio
sistemático de prisioneros entre las dictaduras del cono sur.
Era
La Operación Cóndor, aunque todavía no supiéramos su nombre.
Al
responder varias preguntas que le realicé a partir de las “inquietudes” de
Mashkin, nos señaló que estaba realizando un “trabajo periodístico” sobre la base
que la URSS veía con “enorme preocupación” la creciente agresividad de Estados
Unidos, en actividades encubiertas a las que calificó de “inédito terrorismo
internacional”.
Citó
al luego director de la CIA, William Colby y la implementación del “Plan Fénix”
en Indonesia, que culminó con el derrocamiento de Achmed Sukarno, a mediados de
los 60, con un millón de asesinados. Su continuidad en Vietnam, con los
llamados “pelotones de exploración provincial”, bandas paramilitares
–estadounidenses y survietnamitas– que asesinaron 40.000 personas por fuera del
enfrentamiento bélico.
Los
hitos continuaron con el “Plan Fulbert”, para impedir la asunción de Salvador
Allende, y luego su desestabilización hasta el sangriento golpe de septiembre
de 1973. Subrayó las similitudes de las metodologías utilizadas, como las
distintas variantes de “escuadrones de la muerte”, y se detuvo particularmente
en lo que consideraba una seria escalada internacional, con los crímenes del
general Carlos Prats, el coronel Ramón Trabal, Zelmar Michelini, Héctor
Gutiérrez Ruiz, el general Juan José Torres, y –principalmente– Orlando
Letelier.
De
la charla, nos quedaron algunas ideas claras, de varios ejes no dichos: las
fuentes que estaba utilizando Mashkin eran, básicamente, tres: un “trabajo
intenso” (sólo esas dos palabras) de la Inteligencia soviética, los partidos
comunistas y otras fuerzas del continente y Europa, y el flujo informativo
desde Buenos Aires.
“Como
ustedes saben –dijo, como al descuido– las primeras sospechas con fundamento
que elaboramos le fueron comunicadas a TODOS los partidos de la región, en
1977”, demoledora revelación siendo, como era un hombre que solía poner cara de
nada y mirar al vacío ante cualquier manifestación de insatisfacción con la
línea política de nuestro partido.
Lo
cierto es que esa “comunicación” no se registró, ni antes ni después de esta
entrevista en la posición política del PC en la Argentina, a la que Goncharov,
es necesario aclararlo, jamás realizó mención directa, como sí lo hizo sobre el
resto de los países. Estaba claro que toda la responsabilidad caía sobre
nuestros dirigentes.
Dos
hombres, un continente
Rodolfo
(con características distintivas por su particular preparación) como antes
Lozza, como luego López y otros, mantenía los contactos con los partidos de
Brasil, Bolivia, Chile, Paraguay, y Uruguay, con sus máximos líderes, largas
charlas con Luis Corvalán y Antonio Maidana33 a quien despidió en el
Aeropuerto de Sheremetyevo cuando, luego de 20 años preso, y apenas recuperada
un poco su salud, regresó al continente decidido a entrar clandestinamente en
Paraguay para dirigir la lucha, pero fue secuestrado en Buenos Aires, el 27 de
agosto de 1980.
Para
mí, particularmente, hay dos encuentros imborrables.
Uno,
con uno de los dirigentes que más valoré de nuestro continente, Roodney
Arismendi34. Me lo presentó Ricardo Saxlund, orgullo charrúa –con
sus once hijos– para quien todavía espero un homenaje en las calles de su
querido Montevideo, el de su “paísito” por cuya libertad trabajó, vivió y murió
en Moscú, desde donde durante la dictadura emitía Quince minutos con Uruguay.
Arismendi
me sorprendió, pero no gratamente, tal vez por una visión sesgada, o
hipersensible, de mi parte; pero luego percibiría algo similar, ya en los años
de democracia en Buenos Aires, donde coordiné con él la redacción de un
documento de los Partidos Comunistas de América Latina y el Caribe. Cuando nos
encontramos por primera vez, tenía público, y descubrí que había más de un
Arismendi. Ante sus compañeros, hubo un tibio reconocimiento a nuestro trabajo,
y muchas indicaciones de lo que no se hacía y debía hacerse, mechadas con
largas reflexiones que ratificaban su formidable formación y reflexión teórica.
Recuerdo
la mirada incómoda de Ricardo, que lo admiraba profundamente, y una segunda
reunión, esta vez sólo los tres, donde quizás la falta de un auditorio abrió
canal hacia un clima más fraternal, más cargado de humor y de menos ironías.
El otro encuentro constituye la imagen de mayor
calidez y afecto que atesoro: la de Luís, “Lucho” Corvalán, entonces secretario
general del PC Chileno. Me recibió en su más que sencillo departamento alejado
del centro de Moscú, desde donde dirigía al partido en el exterior, luego de su
larga prisión en su país, deportado a la isla Dawson, al campo de concentración
Ritoque y Tres Álamos, para finalmente ser “canjeado” por el “disidente” ruso
Vladimir Bukovsky en septiembre de 1976.
Sereno
y contenedor, me preguntó con mucho cuidado acerca de la posición del Partido
frente a la dictadura, nuestra visión de Chile, al que volvería en 1980 para
dirigir su partido desde la clandestinidad, apenas unos meses después de
nuestra entrevista.
Sin
embargo, estoy convencido de que el centro de su preocupación era transmitir un
emotivo y afectuoso mensaje a todos y cada uno de los miembros del equipo.
Particularmente para los camaradas chilenos que trabajaban en Córdoba 652,
o eran enlaces y eslabones en la cadena de la solidaridad, que el brillante
periodista, y premiado escritor, José Miguel Varas transmitía por Radio
Moscú en “Escucha Chile”, con la mítica Katya Olévskaya, la primera voz
femenina de las emisiones en español.
El
programa, que no pudo ignorar la prensa ni el régimen, fue una pesadilla de la
dictadura chilena, luz de esperanza y transmisión de información para la lucha
clandestina.
Arismendi
y Corvalán, como el brasileño Luis Carlos Prestes35, o el héroe
paraguayo Antonio Maidana me honraron en esos años con su hospitalidad.
Fueron
y serán símbolos trascendentales de la resistencia a las dictaduras del
continente. El abrazo de los que luchábamos por un mundo mejor, pero para
enfrentar el peor de los imaginados.
Eran,
aunque no lo supiéramos cabalmente, los años que fuimos tras las garras de El
Cóndor.
NOTAS
27 Valentín Mashkin, Operación
Cóndor, su rastro sangriento, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1985
(traducción de la edición en ruso de 1983).
28 Stella Calloni, Operación Cóndor: los años
del Lobo, 1999, Buenos Aires, Peña Lillio/Ediciones Continente.
29 Fue uno de los primeros Centros Clandestinos
de Detención (CCD) que funcionó bajo la órbita del Primer Cuerpo del Ejército
durante la última Dictadura Militar. Los testimonios y datos brindados por los
sobrevivientes indican que operó desde mayo de 1976 hasta noviembre del mismo
año. Ubicado en Venancio Flores 3519/21, casi esquina Emilio Lamarca, en el
barrio porteño de Floresta, este antiguo taller de automotores fue la base
principal de las fuerzas de inteligencia extranjeras que operaban en la
Argentina en el marco de la Operación Cóndor, coordinación represiva
ilegal entre las dictaduras de países del Cono Sur.
30 Victoria Ginzberg. En un barril de metal
lleno de cemento, en Página/12, 2 de agosto de 2012, págs. 2 y 3.
31 Isidoro Gilbert. LA FEDE. Op. Cit.
p. 613.
32 Expresión en Moscú del estallido obrero
campesino acaecido luego del “Domingo Sangriento”, cuando 200.000 personas,
desarmadas –obreros, campesinos, mujeres y niños– dirigida por el pope
(sacerdote) “Gapón”, posible confidente de la policía y colaborador del
régimen, se encaminó hacia el Palacio de Invierno, residencia del Zar en San
Petersburgo. Fueron asesinados más de mil personas, pero se la consideró un
“ensayo general” de la “Revolución de Octubre” de 1917. Surgieron los primeros
soviets de obreros y campesinos y se produjo la célebre rebelión de la
marinería del “Acorazado Potemkin”.
33 Secretarios de los Partidos
Comunistas de Chile y Paraguay, respectivamente.
34 Secretario del Partido Comunista del Uruguay.
35 Secretario General del PC de Brasil. Entre
1925 y 1927 encabezó la llamada “Columna Prestes” rebelión político
militar brasileño que se produjo entre los años 1925 y 1927. El movimiento
contó con líderes de las más diversas corrientes políticas, pero la mayor parte
del movimiento era compuesta por capitanes y tenientes de clase media, donde se
originó el ideal de “Soldado Cidadão” (Soldado ciudadano). Su máximo
exponente, y de ahí el nombre, fue el capitán Luiz Carlos Prestes, de tremenda
popularidad conocido como El Caballero de la Esperanza (Cavaleiro da
Esperança), inmortalizado por una novela de Jorge Amado, que lleva ese
nombre.