Para mí son 33.
Recuerdo la primera entrevista que tuve con Claudio,
entonces con apenas 19 años, en la redacción recién salida de la clandestinidad
de Aquí y Ahora, la revista de la
Fede, que entonces dirigía, un talento que atropellaba, pese a su modestia: pichón
de periodista había conseguido.
Luego, pantallazos: sus primeras crónicas y notas, su
abrazo el día del nacimiento de mi primera hija, Yamilé, en la sala de espera
de la maternidad, en enero 1984, él último --días antes de su muerte-- cuando
lo sentí tan cercano, pero irremediablemente lejos.
En el medio, el impacto irreversible que produjo su aparición
en la televisión de la época y en miles de jóvenes periodistas su éxito,
mientras aún veo una y otra vez malos imitadores de lo que nace solo una vez.
Esa etapa, que reconozco viví con un orgullo al que (sabía)
no tenía derecho, la seguí de lejos.
En estas líneas, que tomo prestadas, las refleja la revista SUDESTADA:
"La aparición del programa de Polosecki a
principios de los noventa representó algo más que una bocanada de aire fresco,
fue la definitiva imposición de un estilo inédito en televisión.
"La clave fue detenerse en aquellas historias
que ya nadie se preocupaba por escuchar. Esa nueva mirada que se instaló a
partir del impacto de El otro lado se basaba en la búsqueda de historias que
estaban allí, casi ocultas en las calles de Buenos Aires. El programa de Polo se encargó de correr las luces y
enfocar la mirada hacia esas miles de historias escondidas en las sombras de la
vida diaria y protagonizadas por ladrones, por vecinos, por trabajadores. Una
verdad poética recorrió desde el principio su trabajo y generó una mística
propia: lo extraordinario respira en lo cotidiano.
"Polosecki terminó sus días arrojándose bajo las
vías de un tren el 3 de diciembre de 1996, dejando tras de sí una brumosa
estela de dolor e interrogantes, pero también un legado artístico que resuena
hasta nuestros días.
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