“El pasado no se puede modificar; el futuro es
incierto; el presente es de lucha”. Una consigna rigurosa para volver a
pensar quiénes somos, qué nos pasó y qué debemos hacer de cara a lo que viene,
nos propone en estas notas Norberto Colominas, periodista y escritor.
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El nuevo gobierno del PRO es bien capitalista,
es decir genuinamente ladrón, puesto que el capitalismo se basa en un
robo: la sustracción y acumulación de plusvalía, que consiste en pagar un
salario inferior al valor que produce un trabajador durante un mes. Este es el
origen de la ganancia y la única explicación racional de cómo se produce la
acumulación del capital: simplemente, plusvalía sobre plusvalía. El
hecho de que esto sea aceptado en casi todo el mundo lo vuelve legal, pero no
legítimo.
El macrismo es una formación capitalista de las
peores, porque representa al estamento más concentrado de la economía, el
financiero-exportador, y por ende al más explotador de todos, puesto que no se
basa en la ganancia industrial (que producen las fábricas) sino en la renta del
dinero (que generan los depósitos en y los préstamos de los bancos).
El peronismo también es capitalista, pero no
representa al mismo sector económico ni social. Por eso a derecha lo
estigmatiza llamándolo “populismo”.
El PRO se propone aumentar la extracción de
plusvalía mediante una reducción del salario real, por la vía de no aumentar
las remuneraciones tanto como la inflación, es decir un aumento nominal que no
compense lo perdido, como ya lo anunció el ministro Prat Gay.
Si no le queda más remedio, el sindicalismo
peronista resistirá ese intento del oficialismo, pero antes tratará de negociar
un acuerdo aceptable; difícilmente lo consiga, pero, como siempre lo
hizo, aún con dictaduras militares, lo hará de nuevo.
Según la OCDE, el PBI argentino crecerá en 2016
un 0,7 por ciento, lo que no compensa el aumento de la población, y si se
ajustara por inflación casi no habría crecimiento.
En un segundo plano, la lucha por el ingreso
tiende a calcarse con la lucha política por la hegemonía. Un peronismo dividido
--como aparece hoy- difícilmente pueda plantarse frente al gobierno con
la posibilidad de torcer su rumbo. Antes de intentarlo deberá recuperar la
unidad partidaria y programática, pero eso no es tan fácil como decirlo.
La derrota
La derrota ha sido dolorosa, pero no abultada.
Se perdió por menos de tres puntos. Allí no está el problema. Los malos
candidatos --que todos conocemos-- ya son parte del pasado, tanto como
quienes se equivocaron al elegirlos.
Ahora toca ordenar las ideas y empezar a
vislumbrar una recomposición basada en nuevas ideas para enfrentar problemas
que se arrastran sin resolver desde la fundación del justicialismo.
Las banderas siguen siendo las mismas de
siempre. Lo que se espera de nosotros es una nueva lectura, una puesta en valor
de los principios históricos de justicia social, soberanía política e
independencia económica; una adaptación basada en el reconocimiento de errores
que se cometieron y que no se pueden repetir.
En principio, no se puede andar peleando todo
el tiempo con todo el mundo, porque eso es soberbio e irrita
sobremanera al ciudadano. Y otra cuestión, ligada a la anterior,
aunque muy importante: el objetivo de la política es la lucha por la hegemonía,
no por el dominio político absoluto, ya que eso sería
tiranía, estalinismo.
Ahora me voy a permitir la siguiente
enumeración de problemas, de los que, a mi entender, hay que ocuparse en primer
término.
1) Si los enemigos
históricos del pueblo argentino siguen siendo los mismos, y si continúan siendo
muy fuertes, como efectivamente lo son, entonces no inventemos enemigos nuevos.
Ya tenemos bastante con estos, que son el 3, o, como mucho, el 5 por ciento de
la población, pero controlan mecanismos decisivos, entre otros las palancas de
la economía más concentrada, los medios de comunicación y, desde diciembre, el
poder político. Esto quiere decir que respecto de la amplísima mayoría de la
sociedad (mínimo, el 95 por ciento de ella) tenemos dos posibilidades: o
representamos sus intereses, o negociamos con la parte a la que no representamos
(pero que tampoco se siente representada por el macrismo) en condiciones dignas
y en pie de igualdad, sin atropellar a nadie y respetando los derechos de cada
quien.
2) La Argentina tiene
una dependencia marcada de su producción agrícola y ganadera. En términos
de propiedad, el campo se divide en tres sectores: la gran estancia, las
estancias medias de hasta 1.500 hectáreas, y los pequeños propietarios, de
hasta 250 hectáreas o menos. Con estos dos últimos sectores debemos tener la
mejor relación posible, y con el primero debemos asegurarnos de que paguen
hasta el último centavo de sus impuestos, y que los campos sin cultivar paguen
un tributo especial (el olvidado impuesto a la renta normal potencia de
la tierra). Esta norma es más efectiva que las retenciones (incluida la
soja), porque no afecta a todos sino solamente al sector más rico y al
improductivo. Los tres sectores le venderán al estado, que exportará, cobrará
los dólares y pagará en pesos en las siguientes 72 horas.
3) La banca privada
nacional y extranjera tendrá que seguir estrictas reglas de funcionamiento
determinadas por el Banco Central. Los bancos públicos cobrarán tasas de
interés testigo para todos los tipos de préstamos: comercial, de consumo,
hipotecario, etc. Ningún banco privado del país (ya sea de capital nacional o
extranjero) podrá abrir cuentas sino en pesos ni enviar al exterior suma alguna
en moneda extranjera. Los dólares sólo podrán estar en alguno de estos dos
lugares: en el Banco Central o en el cochón.
4) La gran industria
será sometida a un severo escrutinio impositivo, y los dólares que obtenga por
sus exportaciones serán ingresados en cuentas especiales del Banco nación,
quien los pagará en pesos en las siguientes 72 horas de haberlos cobrado.
5) Inflación. Se establecerá un estricto
control de precios, empezando por los grandes mayoristas y desde allí para
abajo en toda la cadena de distribución y comercialización hasta llegar a las
bocas de expendio.
En toda la cadena las cajas registradoras serán
cargadas con los precios máximos de cada mercadería (sobre un universo
aproximado de 15.000 productos) y serán selladas por la AFIP. La violación por
algún sector de la cadena será multada con severidad, con penas de hasta un
millón de pesos y/o la cárcel, según corresponda.
6) A los comerciantes mayoristas (y/o
acaparadores) que violen los precios máximos se les expropiarán las empresas
sin pago alguno. Las mismas serán reconvertidas en cooperativas integradas por
sus trabajadores, quienes, a su vez, se comprometerán a respetar dichos
precios. Para ello hace falta una nueva Ley de Agio.
7) Las mismas penas se aplicarán a los
productores del campo que se nieguen a enviar al mercado su producción, a los
precios fijados. Se buscará también recomponer al alza el precio que reciben
los productores por sus mercaderías, que hoy es tomado por los mayoristas. Así
funciona en China e Irán, y la prueba de que funciona muy bien es que en esos
países no hay inflación. (Y China tiene 1.350 millones de habitantes, no 40 y
pico).
8) Con los dos puntos
anteriores se acabará con la ganancia inflacionaria, madre de la inflación, y
con la inflación misma. No es una receta mágica; está probado que funciona.
9) Habrá paritarias
todos los años, como corresponde. Y los aumentos deberán superar en un 5
por ciento a la inflación anual, cualquiera fuere, siempre medida por el INDEC
(que deberá funcionar como un buen reloj, sin atrasar ni adelantar la hora).
10) Los medios de comunicación
hegemónicos serán expropiados, sin más. Nada de ambigüedades, ya que en el
futuro otro gobierno de derecha puede cambiar cualquier ley, como ya lo
están haciendo con la Ley de Medios. Una ley de expropiación, y ya. No
se trata sólo de Clarín y La Nación; hay varios grupos más, en provincias, como
el Grupo Uno de Vila-Manzano, por ejemplo.
Se repondrá el artículo 45 que Menem eliminó
para beneficio de Clarín y compañía. Ese es el origen de los multimedios. En la
legislación de Estados Unidos y Francia hay un equivalente del artículo 45 (que
prohibía expresamente que el dueño de un medio gráfico pueda poseer uno
televisivo o radiofónico) y de allí fue tomado por la Argentina en 1949. Cómo
sería necesario ese artículo que los constituyentes de la reforma de 1957 lo
respetaron y no lo quitaron de la Constitución. Pero…Menem lo hizo.
Un elemento central a considerar es si un nuevo
movimiento político estará dispuesto a llevar esta pelea hasta las últimas
consecuencias, es decir, hasta disciplinar a los enemigos del pueblo.
Hasta disciplinarlos, hasta expropiarlos o hasta encarcelarlos, lo que
corresponda en cada caso. Sin vueltas, directo y a fondo. Esa será una pelea
que merezca ser dada.
La duda de muchos compañeros es si el
peronismo --que tiene los mismos límites que la penosa burguesía
nacional-- está o estará en condiciones de encabezar esa lucha. Pienso que hoy
no lo está, pero habrá que esperar y ver.
Compañeros: para que el justicialismo vuelva a
ser el movimiento revulsivo (no me animo a escribir “revolucionario”) que fundó
Perón debe incluir, a la cabeza de sus políticas, la nacionalización
de la banca y del comercio exterior, y un estricto control de precios. Tal
como hizo Perón durante sus dos primeros dos gobiernos. Esas decisiones son
imprescindibles para quebrar el modelo de acumulación del neoliberalismo. Sin
esas medidas fundamentales no hay justicialismo. Habrá otra cosa, incluso algo
aproximado al progresismo, pero no será justicialismo.
Levantemos el ánimo, porque, como sabemos, las
derrotas enseñan más que los triunfos. Aprendamos, entonces, de ésta última.
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