Seguimos con nuestra selección dominical de Tres mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato, de Héctor Zimmerman, Editorial Aguilar.
El cuento del tío, las promesas quiméricas, los contratos con cláusulas puestas aviesamente en la letra chica, son algunas de las muchas formas empleadas para sorprender la buena fe del prójimo. En tales casos es común afirmar que la víctima “ha caído en el garlito”.
Por simple casualidad, la palabra “garlito” suena con ecos parecidos a los de otros dos términos que suponen la realidad de perder: gambito y garito. Pero garlito nada tiene que ver con naipes ni piezas de ajedrez. Se trata de una creta cilínrica destinada a la pesca, muy usada antiguamente. Una de sus bases tiene forma de embudo y la otra –con alguna carnada adherida– está cerrada. El pez que entra no puede retroceder ni darse vuelta, y de ese modo queda atrapado.
Como muchos otros giros derivados de la pesca, que hablan de cebo, anzuelos y redes como metáforas del engaño, “caer en el garlito” requiere de por lo menos dos personas: la que planea la trampa y el incauto, que entra como pez… y sale como pescado.
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