Se “echa a alguien a los leones” cuando se lo hace enfrentar con personas o situaciones peligrosas sin esperanza de salir con éxito. La frase tiene como antecedente el episodio bíblico en el cual el rey Darío castigó a su consejero Daniel por quebrar la ley invocando a Dios ante que al monarca. Darío entonces mandó arrojarlo al foso de los leones. Pero la fe obró milagros; durante toda la noche un ángel mantuvo cerrada las fauces de las bestias y a la mañana siguiente Daniel quedó libre. No tuvieron igual suerte los esclavos condenados a morir en el Coliseo o en las arenas de los muchos circos situados en las colonias romanas de España o de África. En el año 248, durante los juegos con que fue celebrado el milenio de la fundación de Roma, se echó mano a cuanto prisionero había para divertir al pueblo con esa carnicería. Hoy tales espectáculos solo existen en la pantalla de cine. Pero la intención sigue viva. Nunca faltan individuos que, sin vacilar, envían a algún colega, rival, o subordinado a que sea pasto de las fieras. Aunque los leones de la frase no sean más que una metáfora sus zarpas y colmillos resultan igualmente temibles.
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