lunes, 4 de enero de 2016

Monte Chingolo: 40 años después, nuevas mentiras

Satisfacción de La Naciòn a solo 90 dìas
del golpe que alentó

Como para abrir el intercambio, [Fernando] Nadra, con todo desparpajo, me pregunto si los compañeros que llevaron a cabo la “Batalla de David” en Monte Chingolo, estaban “drogados”. Fue como una puñalada artera y evidentemente apuntaba a provocarnos y a dar por concluida la entrevista [...] Con ese escenario se desenvolvió la reunión y logramos superar el mal momento y la evidente conducta provocadora de Fernando. Salimos de ese lugar con una sensación de gran alivio. Habíamos sorteado, satisfactoriamente, un obstáculo.

Manuel Justo Gaggero, Un viaje hacia las utopías revolucionarias (CLXXXII). Revista Inventario 22, mayo de 2015.


            Con una inocultable dosis de cinismo y verdad en partes iguales, un historiador afirmó que “La gente, las sociedades, construyen su pasado igual que las personas. Se acuerdan y se olvidan de lo que quieren”.
Vale para “la gente”; no para dirigentes políticos que se han jugado la vida por la revolución. Podemos equivocarnos –¡y vaya si lo hemos hecho!–, pero no podemos mentir a sabiendas, como dolorosamente vengo ratificando que lo hace Manuel Gaggero en escritos y definiciones durante los últimos años.
Aunque nos hemos encontrado pocas veces, le tuve respeto y mantuve un trato cordial con Gaggero –director del diario El Mundo (prohibido por Isabel Martínez, junto con La Calle) y de la revista Nuevo Hombre–, lo que nunca opacó nuestras profundas diferencias políticas, las que al tenor del balance que hace en la pequeña cita del extenso artículo citado al comienzo, mantenemos casi intactas. Ello pese a los años transcurridos y a que yo renuncié a mi partido (el Comunista) hace 26 años, y él mucho antes abandonó el PRT/ERP, ahora inexistente. Tampoco hemos coincidido en estos 12 años, durante los cuales no pudo encontrar nada rescatable en la gestión de Néstor y Cristina Kirchner, tal vez más por su antiperonismo que por una caracterizaciòn clasista.

No pretendo en esta nota retomar el debate sobre entre la relación entre el PC y las otras organizaciones políticas revolucionarias de los años 70 (algo en lo que me extiendo en mi libro SECRETOS EN ROJO. Un militante entre dos siglos), a cuyos combatientes respeto –de hecho, cuento a muchos de ellos entre mis mejores amigos.
Respeto también, pues me corresponde opinar pero NO juzgar, porque pese a los errores cometidos, todos le pusimos el cuerpo, la libertad y la vida a las equivocaciones.
Esta nota surge porque, pese a ese respeto general, no puedo consentir con silencio las canalladas personales de esta nota de Gaggero, aunque hoy
–pese a viejos pergaminos, que fue quemando su propia vida-- sea un personaje menor; un marginal entre sus propios ex compañeros.
Sólo algunas puntualizaciones:
1) Es raro que recuerde detalles y frases del encuentro al que alude en el fragmento citado, pero olvide otros, como el realizado en la sede del periódico Qué Pasa, recuperada la democracia, cuando, en apariencia, muy emocionado agradeció públicamente la ayuda que el PC "y particularmente Fernando Nadra" brindaron a los perseguidos durante la dictadura.
Recuerdo la sorpresa de otro antiguo militante del PRT, presente en la reunión, ante las palabras de Gaggero, quien en los pasillos de El Mundo, durante los ’70, resolvía los problemas “ideológicos” echando periodistas, y mostraba un obsesivo macartismo. “Según él [por Gaggero], ustedes los del PC eran los ‘zurdos de cartón’, ‘estalinos’, y ‘homoizquierdistas’" me comentó con cierta ironía.
2) A propósito de la reunión relatada, Gaggero también afirma, a modo de queja, que defendió comunistas detenidos por la ley 17.401, de “Represión del Comunismo”. Si sucedió, lo que no me consta, es una poco noble factura para pasarle a un partido cuyos abogados cumplieron esa tarea con cientos, y miles de militantes de todo origen durante su historia; o bien en forma directa, o bien, a través de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, institución de la que él solía reírse por su tarea, auxiliar, de “llevarle sanguchitos a los presos”.
No recuerda, por ejemplo, que fue un comunista –el dirigente local Elvio Ángel Bell– el “representante” de la familia Santucho en la cárcel de Trelew, encargado de mantener las relaciones entre Roberto y sus seres queridos, y también con su organización. Por esta relación, Bell fue detenido después de la masacre de 22 de agosto de 1972 y secuestrado por un grupo de tareas en pleno centro de la ciudad. Permanece desaparecido desde el 5 de noviembre de 1976.
3) Aunque lo calle, Gaggero, cómo cualquier dirigente de esa época, también sabe que, al momento de aquella reunión, TODOS los comunistas del país –así como la mayoría de los luchadores de todos los sectores– vivíamos esa fuerte indignación ante el intento de copamiento del Batallón de Arsenales Domingo Viejobueno por el ERP, la noche del 23 de diciembre de 1975.
Además del dolor por la muerte de 62 combatientes –30 de ellos asesinados luego de ser tomados prisioneros– esa indignación tenía otras dos fuentes.
Por un lado, la acción se realizó pese a que la dirección del ERP sabía que había sido delatada por un agente de inteligencia del Ejército: Jesús El Oso Ranier, un ex miembro de las FAP, que había desertado en febrero, y luego fue condenado y fusilado por la organización. En particular el PC se lo había advertido a la dirigencia del ERP, la UCR comentaba en sus locales que la guerrilla “hará algo en el sur del Gran Buenos Aires”, y hasta los corresponsales extranjeros esperaban que ese día pasara “algo en Monte Chingolo”.
Por otro, hacía un año que los comunistas veníamos repitiendo, casi en soledad, acerca del peligro de un nuevo golpe de Estado fascista, y estábamos convencidos que los sucesos habían fortalecido la posición de quienes bregaban por ejecutarlo, lo que se concretó apenas 90 días después.
Pero además, aunque jamás se difundió públicamente –lo revelo aquí por primera vez–  la dirección del PC también sabía que dos conscriptos afiliados a la Fede habían caído bajo las balas de los atacantes, mientras cumplían órdenes expresas del partido de no disparar si había ataques de las organizaciones armadas.
4) Conocí bastante mejor que él a Fernando Nadra, tan temperamental en lo cotidiano como contenido y diplomático en las relaciones políticas, de las que era el responsable en el PC. Las palabras que Gaggero pone en su boca no existieron ni pudieron haber existido. No se condicen con su carácter; mucho menos expresadas a modo de “saludo”, como se las presenta.
Yo tenía en esos años cierta inclinación por la acción directa, especialmente ante los asesinatos de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA). Fue mi viejo el que puso paños fríos: antes, durante y después de los hechos trágicos vividos. Mantuvo una actitud muy crítica, pero siempre racional y sensata, y nunca dejó de promover el comportamiento solidario con las organizaciones guerrilleras.
5) Gaggero no puede ignorar, aún después de 40 años, que inmediatamente acaecido el ataque al Regimiento de Monte Chingolo, el Partido Comunista armó su propia logística en la zona, y brindó ayuda médica y de inteligencia, basada en una red de soldados, vecinos y oficiales propios, con alto entrenamiento. Cuando se pudo, se salvaron vidas. Cuando no, se pasó información precisa al ERP sobre los heridos detenidos en los centros de salud. La coordinación se realizó entre Benito Urteaga, por el ERP, y Oscar “Cacho” Antinori, una leyenda del frente militar del PC. El equipo médico propio estuvo bajo el mando de Abraham Isaías Kohan, destacado profesional del Hospital de Clínicas, y oficial médico de rango en la estructura militar del PC.
6) Finalmente –ya que en la nota Gaggero ubica la conversación dentro de los contactos con otros partidos y figuras para la conformación de un frente amplio, y la entrevista por el PC en último lugar y por la única razón de que “no podíamos prescindir de esta fuerza política en cualquier armado frentista por la representación que ostentaba del socialismo real” (en buen romance: simplemente por su relación con la Unión Soviética y demás países socialistas)–, le informo que Fernando Nadra y Roberto Santucho ya habían conversado, extensamente y varios meses antes, sobre el lanzamiento de lo que sería el FAS en una entrevista secreta, realizada en una casa provista por mi primo Eduardo Serrano Nadra, miembro del PRT/ERP, secuestrado y asesinado durante la dictadura. El objetivo de Santucho con el FAS era reparar lo que consideraba un “grueso error político” de la etapa previa: no hacer frentes ni alianzas y juntarse sólo con "organizaciones hermanas".
No fue la primera reunión que mantuvieron ambos líderes, pero sí la última de muchas, ya que unos meses después –el 19 de julio de 1976– Santucho cayó en combate con el Ejército, en Villa Martelli.
Seguramente Macri y la restauración conservadora deben solazarse con el tono que opiniones como las de Gaggero imponen al necesario debate de ideas sobre una época clave para redefinir cualquier estrategia de transformaciones revolucionarias en la Argentina.
Lo lamento.
No ha surgido de mí. Depende del autor pedir las disculpas correspondientes por los agravios y mentiras, pues eso en nada afectará la firmeza o endeblez de sus otros argumentos.

viernes, 1 de enero de 2016

Antonio Carrizo, una metáfora de Buenos Aires

Hoy murió Antonio Carrizo a los 89 años. La noticia impacta a millones de argentinos y sorprende a otros que --en esta sociedad vertiginosa y con tantas lagunas en su memoria-- no oyeron siquiera hablar de él, enfermo y recluido hace años.

Los de mi generación crecimos escuchando su voz desde la radio, en casa o el trabajo, hipnotizados por su conocimiento enciclopédico, su capacidad para sacar lo mejor de sus entrevistados, sus agudos comentarios y hora tras hora, día tras día, una inagotable fuente de anécdotas de los más grandes personajes de la historia política y cultural argentina, que jamás se agotaba.

Todavía le quedaban muchos años por delante a mi padre cuando me dejó como herencia la amistad de este hombre extraordinario.

Le interesaba particularmente lo que pensábamos los jóvenes de entonces. Me convocaba para charlar en radio Rivadavia, luego en Nacional, o a interminables tenidas bilaterales --donde jamàs dejaba de estar presente Boca Juniors,  otra pasiòn de su vida, en este caso compartida, claro-- en La Biela, en esa Recoleta tan suya, donde el barrio entero lo abrazaba y saludaba.

Luego que renuncié al PC, en 1989, su voracidad por conocer “ese mundo”, que criticaba sin piedad, pero a la vez admiraba y quería, impuso un intercambio donde poco le conté que él ya no supiera (yo ni imaginaba que algún día escribiría mis “Secretos en Rojo” y mis labios todavía estaban sellados para ciertos temas) pero él se empeñaba en discutirme desde el materialismo dialéctico al histórico, sobre Marx, Gramsci o el Che. A veces nos cruzábamos fuerte, tan curioso como intransigente en sus "verdades" No pocas veces, me deslumbraba con historias de vida increíbles: “¿Querido (siempre me decìa asì), sabías que el “Gato” Barbieri lo conoció a tu viejo gracias a mí? No lo podìa creer” Resulta que el saxofonista latinoamericano más importante de todos los tiempos y uno de los más grandes de la historia del jazz, que tocó con los mejores, “era el que nos vendía los bonos de la campaña financiera del PC” en los ’50.  Nada menos, y me lo dice como al pasar...

De la misma manera, ya en el nuevo siglo, algo que todos sabíamos,  su amor y conocimiento del tango y sus figuras, se me reveló en su verdadera magnitud, como la insinúan las siguientes líneas inéditas de mi amigo Norberto Colominas, que con Antonio escribía hasta 2008 “Carrizo y el Tango”,  cuando la enfermedad quebró su brillante inteligencia, tornó inaccesibles anécdotas, impidió recorrer los anaqueles de su interminable biblioteca y archivos tan inéditos como desconocidos. Aquel libro ya no será, pero en este Prologo que Colominas ya había redactado, y me hizo llegar hace unas horas, va mi homenaje a ese símbolo de la radiofonía argentina, pero sobre todo a un gran tipo, un enorme ser humano.


Extraña Buenos Aires, totalizadora como los dioses que vinieron en los barcos, destotalizada como el tango, esa música del antihéroe que si no llora, no mama y si no afana es un gil. Seductora, filosa, con todo el empuje caótico del siglo nuevo, del mundo viejo, la ciudad envilecida se traga una bengala y vomita el agua negra del subsuelo. Mata doscientos en una sola noche pero humilla pibes cada día. Siglo XX Cambalache. No nos une el amor sino el espanto.

Las palabras no inventan la realidad, sólo aluden a ella; algunas veces la niegan, otras la exaltan, o la justifican, y casi siempre la disimulan. Algunos quisieran privatizar la vida y reservarse el derecho de contarla. La eliminación del disenso es el sueño esvástico del pensamiento imperial, no importa si es Hitler, Stalin o Bush el que levanta la bandera de la unanimidad, ese ideal fascista. Estoy tentado de escribir no pasarán, pero no lo haré porque cada vez que escribimos eso, pasaron.

El fulano destotalizado es existencial, agonista. Las consignas le caen pesadas, salvo la de ir por la vida con los ojos abiertos para mirar y ver. Quizá algún día los descomunales asesinos del 76 pasen otra vez. ¿Quién garantiza lo contrario? ¿Acaso los descomunales asesinos de Irak? ¿Acaso Europa, que todo lo consiente por un vaso de petróleo? 


Ayer nomás
  
A Borges se le hizo cuento que empezó Buenos Aires; a Carrizo, que empezó el tango. Si hace un rato tocaban a parrilla los primeros compases en el café de la esquina; si dos cafishos acaban de inventar esa danza de prostíbulo y abulia que todavía no multiplica 2x4; si Carlos Gardel, más francés que el camembert, aún entrena la gola cantando foxtros, pasodobles y rancheras, pero también gatos, zambas y otras canciones criollas que todavía no se llaman folklore; si unos extraviados vecinos de la otra orilla no habían difundido la fábula de que el morocho del Abasto nació en Tacuarembó. Pequeños homeros y su ilíada trucha del Río de la Plata. Homeros grandes como Manzi, Alsina Thevenet o Expósito jamás convalidaron esa tontería. Tampoco lo hicieron uruguayos serios como Juan Carlos Onetti, Eduardo Galeano, Alfredo Zitarrosa o Víctor Hugo Morales. Las cosas en su lugar: el tango nació en Buenos Aires y Carlitos en Toulouse, como lo demuestra con las escrituras en la mano Enrique Espina Rawson, nuestro gardelista en jefe.

Tango argentino, entonces, ya que tambièn lo hay uruguayo, colombiano, finlandés, japonés y de innumerables geografías. Tango para todos y de todas partes, porteño y universal. De tango somos y de fútbol también. 


 Antonio y el tango
  
El vínculo de Antonio Carrizo con la música de Buenos Aires se inició en los 40 y llega hasta hoy. Ese amor correspondido atesoró poetas, cantores, músicos, orquestas; la épica sonora del tango, contraseña de los argentinos en cualquier lugar del mundo.

La vasta formación de Antonio nos devuelve, reelaborado, el nacimiento arrabalero del tango, desde las primeras composiciones hasta La Cumparsita; desde las guitarras robadas al flamenco hasta el bandoneón de Arolas; desde la maestría poética que alcanzó con Homero y Cátulo (¡qué injustas son las enumeraciones!) hasta el extraordinario desarrollo musical que le dieron Troilo, Di Sarli y más acá Piazzola. Tanto que a mediados del siglo XX el tango ya ocupaba junto con el jazz un lugar privilegiado entre las músicas del mundo.

Como el jazz, el tango no ha dejado de reinventarse para volver a ser, de un modo secreto, otro y el mismo; el de hoy, el de siempre. El tango no dejó de evolucionar porque nunca dejó de ser, con Buenos Aires, una y la misma cosa.

El tango es el sonido de esta ciudad llamada Buenos Aires, aunque nacida Santa María del Buen Ayre, en homenaje a la virgen que empujaba los barcos en los que navegaban hacia América los marineros andaluces, a fuerza de sextante y audacia, arrastrados por la pasión del oro. El puerto de Palos, de donde zarpó Colón, y las ciudades de Cádiz y Sevilla, sedes de organismos imperiales que regían estas tierras, son territorio andaluz. Así llegaron a Buenos Aires los Fernández, Pérez, Rodríguez, González, Gómez, Díaz y cuanto apellido grave terminado en z, descendientes de los moros castellanizados por Madrid. En esa tropa también vinieron judíos cristianizados como Saavedra y otros por el estilo, con doble a, y algunos esdrújulos como Álvarez. Pero los argentinos decidimos que en vez de andaluces eran gallegos (ya fueran del norte, es decir nietos de celtas, si eran rubios y de ojos claros; ya del sur, mezcla de vascos con gnomos portugueses, cuando salían petisos y cejijuntos). Hacia el 1350, con la expulsión de los árabes del sur de la península, el bisabuelo Abdul Nadim pasó a llamarse Juan Fernández, fue obligado a casarse por iglesia, a bautizar a sus hijos y a ir a misa los domingos. Pero aún con nombre castellano siguió siendo andaluz. Además, los apellidos gallegos tienen otra música: Longueira, Seoane, Oreiro.


Sur
   
El tango nació en esta geografía de metrópoli austral, sureña del sur, y se largó a vivir en una cultura portuaria hecha de fragmentos, de sobras, de retazos. Después creció hasta convertirse en uno de los fundamentos de identidad de Buenos Aires, la ciudad que en 300 años pasó de ser el fuerte perdido de sus dos nacimientos a la capital cultural de Sudamérica.

Esas extrañezas, esas encalladuras, esas contradicciones prepararon el humus que abonaría el nacimiento del tango, un sentimiento que se baila, y así entraría en la vida de los abuelos, los padres y los nietos, porque el tango es de todos, incluso de aquellos que aún no descubrieron lo mucho que les gusta. Los espero después de los 30, le dijo Osvaldo Pugliese a un grupo de estudiantes que admiraban su compromiso militante pero aún no habían sido alcanzados por el tango.

Esas extrañezas, la de los inmigrantes por ejemplo, que en realidad fueron exiliados, porque si bien entre nosotros encontraron tierra y sustento nunca pudieron superar ese estigma de origen. Inmigrante es una palabra escondedora, demasiado neutral para ser justa, un eufemismo que encubre el sentido más duro de expatriado, y aún el lúgubre de desterrado, que definen mejor la vivencia de quienes han debido abandonar su país a pesar suyo, para no morir de hambre, como hace un siglo fue el caso de los abuelos, o simplemente para no morir, como hace cuarenta años ocurrió con sus nietos, nosotros, quienes recién entonces pudimos comprender el dolor de aquellos tanos y gallegos, de aquellos "rusos",  "turcos" y franchutes empujados a vivir bajo otro cielo.

Para los rioplatenses el tango es tierra propia, embajada y embajador al mismo tiempo, no importa el país dónde se escuche. Y es oportuno recordarlo porque el tango se nutrió de esas injusticias viejas y nuevas, de esas lágrimas cruzadas, de esas idas y vueltas por todos los océanos.

Por eso su instrumento emblemático no fue inventado por los quilmes o los quechuas sino por un gringo rubio, europeo del centro y no del sur. Ese instrumento fue inventado en Alemania por un luthier llamado Band, que nunca estuvo en la Argentina, que nunca escuchó un tango y que ya había muerto hacía mucho tiempo cuando Mi noche triste se tocó por primera vez. A Band se le dio por inventar un instrumento basado en la mecánica del fuelle; de ahí el apodo. Así nació ese hijo natural de la acordeona y el órgano, un cajón articulado amable para las manos, con el que se podía tocar música religiosa en las procesiones, ya que los órganos eran demasiado grandes para sacarlos a la calle, y las acordeonas demasiado mundanas. Ese híbrido pudo llamarse banda, bandeja, bandido, bandeirante, pero fue bandoneón. 

Y el bandoneón --un inmigrante más-- fue trasplantado del incienso de las novenas al humo espeso del cabaret; de los velorios europeos a la triste alegría de los arrabales; de la mitra y el capelo a las alegres mascaritas. Una noche tosió en un patio alumbrado a querosén y fue adoquín, farol, Alumni; después madame Ivone, muñeca brava y Mimí como Ninón; de arranque Cumparsita y al final Corrientes, el puerto y otra vez los océanos, viaje a viaje y barco a barco. Gardel lo cantó en París para el asombro; Borges lo llevó en secreto a su Palermo de esquinas y cuchillos.

El tango está poblado de personajes más trascendentes que los hombres y mujeres que lo difundieron por el mundo, en el sentido de que Gardel fue más grande que su voz, que la suma de sus tangos, que sus películas, que su sonrisa y que su pinta. Por eso el plus, el mito.

Pero Antonio fue amigo de la persona y no del mito, de “Pichuco” antes que de Troilo, del polaco antes que de Goyeneche. Muchos lo admiran por los incontables logros de su carrera; otros lo recuerdan como presentador de aquellos bailes de carnaval en los que la gente se apiñaba para escuchar a las orquestas populares, o como adelantado del tango en televisión; en fin, como bonaerense que llegó de Villegas a los 22 años y se quedó a vivir como porteño.

La radio fue testigo del interminable diálogo de Antonio con todos los grandes: directores, poetas, cantores. Fueron célebres sus reportajes, desde los que realizó en radio El Mundo durante las décadas del 40 y el 50 hasta los que difundió por radio Rivadavia desde La vida y el canto. Material de una riqueza extraordinaria que sólo fue emitido una vez y permanece inédito en gráfica, casi virgen.

Su discoteca es parte de una vasta biblioteca en la que conviven incunables,  fotografías, cartas, retratos,  carátulas,  portadas;  la innumerable gráfica del tango.  Este libro es apenas un índice de esa doble riqueza: la que guarda en su casa y la que lleva en su corazón.

  
Final

No hay tango sin ciudad. Arisca, imprevisible, víbora o ardilla según te vaya en la conquista, Buenos Aires aprendió a pedir cada vez más por hacerte un favor, a darte todo porque sí, y a quitártelo de un solo manotazo. Le sobra carpeta: va de la farsa al dolor y del llanto a la alegría como quien mueve un caramelo dentro de la boca. Hoy juega el cuatro del desprecio, mañana la sota de la compasión y nunca le adivinás el juego. Sabe aplaudir aunque no corresponda y sobre todo cuando corresponde. El siglo nuevo la hizo pragmática: ama el buen gusto pero negocia con el mamarracho. Buenos Aires es al mismo tiempo lo que hace de vos, lo que hace con vos y lo que te deja hacer.

No nos une el amor sino el espanto. Será por eso, Antonio, que la queremos tanto.