La revolución de octubre se liga no solo
a una historicidad sino al paradigma de un anhelo y al mismo tiempo a la
evidencia de las contingencias sociales: todo puede pasar, incluso lo más
desafiante. Y todo puede pasar –incluso hoy o mañana—porque hay ejemplos de que
ya ha pasado.
Nota de Jorge Elbaum, sociólogo, docente universitario, y muy querido
amigo, entre otros varios títulos, publicada en la revista Hamartia.
No es el socialismo el que
fracasa en Rusia
No se trató del fin del “socialismo”, de su “colapso”
(aunque el clamor capitalista lo haya hecho verosímil).
Menos que menos, un traspié del pensamiento marxista.
Mario Toer
Toda la experiencia del
sujeto –biográfico o colectivo– contiene luces y sombras. Pero los matices de
su interpretación, con concesiones o atribuciones de oscuridad, dependen del
enfoque. La nostalgia puede llegar a ser un atributo productivo, si se liga al
deseo colectivo, no a la procesión a su sepultura, instalado en los confines
del pasado arqueológico. Todavía “suena” en el imaginario humano, en la
sucesión de datos históricos, la revolución de octubre. Todavía atraviesa como
fantasma a memoriosos y también sus detractores. Ese atravesamiento se liga no
solo a una historicidad sino al paradigma de un anhelo y al mismo tiempo a la
evidencia de las contingencias sociales: todo puede pasar, incluso lo más
desafiante. Y todo puede pasar –incluso hoy o mañana—porque hay ejemplos de que
ya ha pasado.
¿La revolución rusa es
parte de un proceso o un salto aislado en la continuidad histórico- social? Esa
es la pregunta central del análisis teórico. Dado el déficit de humanidad
provocado por el capitalismo, su inmanente incapacidad para incorporar a una
gran porción de los seres vivos (a una vida plena), su fetichismo de los
mercados y su engolamiento por la violencia y las guerras, pareciera que no es
una cuestión del pasado. Lenin —llamativamente— sigue “funcionando” como un
recurso programático permanente. Pensar “octubre” como un hecho aislado, una
gota hundida en el mar de la historia, parece ser más un deseo ingenuo que una
entidad operable.
La Comuna de Paris: primer intento por conquistar la identidad completa de lo humano. |
Luego de la Comuna de París ha sido el segundo intento por
conquistar la identidad completa de lo humano, en la magnitud de un desafío aún
pendiente. La larga lista de intentos no suele incorporar –salvo en las
investigaciones de larga duración– las derivas parciales de sus efectos.
¿Fracasó la revuelta de los esclavos, liderados por Espartaco, contra el
Imperio Romano? ¿Qué dejó como impulso volitivo, como “principio de deseo” su
derrota a manos del Imperio? Las victorias pírricas, o su dialéctica de sentido
hacen de las luchas sociales algo más que triunfos o fracasos. Son jalones
apropiables por generaciones venideras que recogen el guante de la historia.
Capítulos que servirán para forjar la mística (siempre necesaria) del
enfrentamiento, el homenaje a los caídos, pero también el ejemplo de lo
posible, de lo ya iniciado, de lo accesible, aunque sea en lo imaginable. No ha
habido experiencia de cambio social –consensuado o bélico—que no haya sido
guiado en paradigmas previos.
La Revolución Rusa
sigue siendo hoy el paradigma –entre los dueños del mundo– de aquello que es
temido. He ahí su constante desesperación e insistencia para hablar de su
“fracaso” y su derrota. La paradoja básica de los sucesos de 1917 es que su eco
inició el periodo de las “revoluciones triunfantes” algunas de las cuales
fueron sus herederas y hoy permanecen. Octubre supone la persistente amenaza de
un cambio que en su momento admitió la posibilidad de enfrentarse a un relato
único de desarrollo económico y, simultáneamente, a las extorsiones de los
designios imperiales. Supuso, además, una reconfiguración del capitalismo –su
versión keynesiana y el “estado de bienestar”— como respuesta defensiva frente
a los “peligros” revolucionarios. El leninismo no solo produjo efectos por
acción. También generó ecos por defecto: los “treinta gloriosos”, el periodo de
mayor extensión de derechos en occidente fue la opción que asumieron las
democracias en occidente ante la esperanza subversiva que imponía la revolución
rusa.
La Revolución Rusa sigue siendo hoy el paradigma --entre los dueños del mundo-- de aquello que es temido. |
En términos evolutivos,
el recorrido cronológico es una combinación yuxtapuesta de regularidades y
rupturas. Los sujetos, tanto los individuos como los actores colectivos, son
expresión y al mismo tiempo expresiones de esos procesos y de sus creadores y/o
sintetizadores. Solo que no eligen el ritmo de sus continuidades ni de sus
cambios. Lo que sabemos de la historia humana incluye quiebres abruptos que al
mismo tiempo son hijos y nietos de pequeñas mutaciones a veces imperceptibles.
Esos “saltos”, esas reconfiguraciones –los que expresan el “derrame” de los
cambios anteriores–, producen nuevas formas de entender la realidad (el pasado,
el presente y el futuro), y suponen la reorganización de los dispositivos
materiales disponibles en una época.
Muchos de esos cambios
están precedidos por impulsos previos cuya conclusión final obnubila su
gestación. No es posible prospectivamente dar por muerto un hecho o una acción
social colectiva si ese dato no está anulado por las condiciones de su
productividad: la revolución de octubre no feneció simplemente porque las
causas que la produjeron están hoy presentes. Tanto los materiales como las
simbólicas. La humanidad sigue estrechando su círculo de privilegiados y
excluidos. Los procesos migratorios, la crisis de la “noción de trabajo”, los
conflictos producidos por el extractivismo, las cíclicas crisis financieras
generadas por las caídas de las tasas de ganancia, y las guerras avaladas por
las imposiciones neocoloniales actualizan permanentemente los espectros de los
soviets. En el nivel “simbólico” la revolución otorgó –sin fecha de vencimiento
atraviese o no a generaciones— una “tabla de salvación” esperanzadora para
quienes viven en la ignominia y quienes no soportan la idea de convivir
(portándola u observándola) con ella.
La Revolución de Octubre no feneció simplemente porque las causas que la produjeron están hoy presentes |
La Revolución Rusa ha
sido un salto en la posibilidad de conquistar la vida para nuestra especie. Un
múltiple impulso que las biografías históricas apenas pueden divisar en su real
espesor. Cuando se habla de la revolución francesa se suele nombrar su etapa de
“Terror” sin advertir que su visibilidad y epicentro no son comparables al
pánico, exclusión, persecución, vasallaje, hambruna y genocidio al que
estuvieron sometido los campesinos y los obreros durante milenio del feudalismo
y el “viejo régimen”. ¿Cuál ha sido la causa de una exposición obsesiva del
detalle histórico a la hora de observar los cambios revolucionarios y su
respectiva ceguera a nominar el sufrimiento social acumulado previo a su
explosión? ¿Qué tipo de historiografía interesada muestra en primer plano la
guillotina y oculta el potro, el despellejamiento y la pira de la inquisición?
Foucault muestra en “Vigilar y Castigar” que el médico Joseph-Ignace Guillotin
propuso su invención para proscribir de una vez y para siempre la muerte por
tortura, que incluía sufrimientos inenarrables para las víctimas. Muchos
analistas interpretaron esta evidencia histórica como una muestra de cinismo o
concesión a la deshumanización, sin advertir que “la suma de dolor acumulado”
por todos los cambios emancipatorios no alcanzan a equiparar –en el daño
producido, en sus víctimas, en sus efectos trágicos—los genocidios seculares
que los provocaron. Solo la reforma agraria de la revolución francesa supuso el
acceso al alimento a casi la mitad de la población la de la época, hecho que
posibilitó, a su vez, evitar una de cada dos muertes campesinas en los siglos
posteriores a la toma de la Bastilla. Los millones de muertos crepitados en el
nombre del santo oficio, los pogroms, los traslados forzados de población, las
hambrunas inducidas, las matanzas masivas y los genocidios coloniales han sido
–y continúan siendo— tratados y definidos como parte integrantes de la lucha
“civilizatoria” de la modernidad.
Los procesos revolucionarios requieren, para
su comprensión, del “gran angular” de la teoría con la cual se los describe y
se lo juzga. “Octubre” empoderó a “siervos” cuyas vidas no tenían valor para el
Estado. Entregó ciudadanía a millones de “apátridas” –como gitanos, judíos,
musulmanes y otros grupos sociales—al tiempo que replanteó las relaciones de
género. Por primera vez en la historia se conoció la figura de la
mujer-combatiente integrada a una milicia. La Unión Soviética, incluso a pesar
de su burocratización y su nefasta deriva estalinista, supuso un dique de
contención al genocidio nazi: los treinta millones de soviéticos muertos en la
segunda guerra mundial (el Estado que pagó con más víctimas) y la larga batalla
de Stalingrado no son datos de una estadística militar sino la evidencia de un
poderío viable para enfrentar a los esquemas más deshumanos de la historia.
¿Naufragó la revolución
neolítica en sus primeros intentos porque necesitó miles de años para que la
especie humano se apropiara de la tierra como espacio sedentario de
reproducción? La evolución en sus diferentes versiones, tanto biológicas como
sociales no es lineal ni tiene destino confirmado. No hay una contingencia
teleológica. Todo se resuelve en el marco de apuestas y conflictos sin
resolución garantizada. La empresa liderada por Lenin ha dejado una huella que
condiciona hasta el día de hoy –incluso después de la implosión de la URSS—los
imaginarios y los desafíos humanos y sociales. La vida humana sigue acumulando
déficit de realización homologable a los existentes a principios del siglo XX:
una gran porción de la humanidad permanece en situación de vulnerabilidad
crítica. Las guerras continúan acumulando cuerpos en los campos de exterminio
militares y civiles. Simultáneamente la ciencia y la tecnología han logrado
alcances inimaginables.
Evaluar el quiebre de
una época supone comparar los elementos que implicaron sus continuidades en
relación a aquellos que quedaron superados por innovaciones estabilizadas. La
revolución de octubre cambió –sin dudas– las expectativas posibles de todo
accionar político, y ese cambio llega hasta hoy, incluso después de la Unión
soviética: a partir de ella se pudieron ejercitar prácticas socialistas más o
menos contaminadas. Desde su irrupción, incluso con los componentes viciados de
la militarización y la burocratización impuestas por las deformaciones
estalinistas, se abrió la “caja de pandora” de una ingeniería social aun
presente en el imaginario social.
La Revolución —desde
una subjetividad compartida— permanece como una ultimátum posible y real contra
la explotación del trabajo humano y su supervivencia como especie. Incluye una
ética de la solidaridad y del bien común que abreva en las condiciones reales
de vivir en libertad y no solo “formalizarse” como autónomos. Su irrupción
fáctica, pero también sus efectos en la significación, se inscriben en la larga
lista de acciones colectivas emancipadora, todas ellas portadores de los
atributos más benignos que nuestra especie ha sabido ofrecer. Todas ellas
implican una esperanza de apropiación, por parte de los subalternos, de un
destino histórico. Lenin propuso la consumación de una teleología que incluyó
dos alcances complementarios: la simbolización de un mundo desconocido y
viable, y al mismo tiempo, la advertencia al resto del planeta de su
potencialidad contaminante. Desde las relaciones sociales de producción, o sea
desde el entramado productivo-objetivo, “octubre” implicó la evidencia fáctica
de que era dable organizar el trabajo en formas alternativas, cuestionando la
unidireccionalidad sacralizada que estipulaba el capitalismo, con su fatalismo
pesimista. Y desde la significación, el amparo en una emocionalidad –pensada
desde Spinoza—capaz de sustituir a las viejas “estructuras del sentir”.
Los orígenes de las
revoluciones burguesas muestran que fueron necesarios casi trescientos años de
fracasos para que se impongan los programas del capitalismo, superando
–política, social y productivamente– el viejo régimen feudal. El triunfo de la
acumulación originaria contuvo revueltas burguesas fracasadas y más de dos
siglos de tensiones y redefiniciones acerca de los modelos productivos
sostenidos por sus clases más legitimadas, antagónicas a las nacientes
burguesías. Si el foco sincrónico se desplazara por los inicios de esas
revueltas fracasadas, se podría inferir –a mediados del siglo XVII—que el
capitalismo nunca acecharía la fortaleza del absolutismo monárquico con sus
poderosas alianzas con el clero y las noblezas rentistas. Sin embargo, fueron
necesarias centenas de fracasos –en distintas ciudades-estados y en grandes
extensiones geográficas- para completar el circuito experiencial que dotó a la
burguesía de su triunfo final. Si bien no hay teleología garantizada, lo que sí
se puede afirmar en términos fácticos es que la revolución rusa ha sido parte
de esos desafíos al orden burgués. Y que esos amagos continúan hasta el día de
hoy en las experiencias de Cuba, Venezuela y Bolivia, para citar solo los
relativos a nuestro sub-continente. Estas nuevas experiencias son parte de la
ola de disputas iniciada en la Comuna de París y continuada durante todo el
siglo XX en pos de modelos alternativos de organización social. No podemos
evaluar con certeza empírica –porque la voluntad social colectiva es un datum
prospectivo– si son excepciones de una trayectoria histórica sinuosa u origen
de posteriores expresiones de confrontación. Lo que sí podemos aseverar es que
—al igual que la revolución francesa— nada es pensable socialmente sin su
secuela.
El 15 de febrero de
1676 Isaac Newton escribe una carta a Robert Hook en la que afirma que “si he
visto más lejos es porque estoy sentado sobre los hombros de gigantes”. Con esa
famosa frase, el científico inglés se refería a que había logrado plantear
algunas de sus más afamadas hipótesis influido por Copérnico, Galileo y Kepler.
De alguna manera, los comuneros de París, Lenin, Trotsky, Mao, Ho-Chi Min, el
Ché y Fidel –y muchos otros, anónimos o nombrados en canciones de esperanza–
son algunos de los gigantes que tendremos que escalar para dotar de un poco más
de ilusión, armonía y felicidad potencial al trayecto de lo humano por esta
vida.
“Si he visto más lejos es porque estoy sentado sobre los hombros de gigantes” |