Con este titular, hace diez años, en
febrero de 2004, el ex presidente Raúl Alfonsín publicó estas reflexiones en un
matutino porteño, desmintiendo que se hubiera negado a recibir al escritor Julio Cortázar, cuando regresó
al país en diciembre de 1983, dos meses antes de fallecer en París.
Años antes,
cuando algunos dirigentes de su propio partido lo habían sometido a una especie
de destierro interno, y los grupos mediáticos lo castigaban implacablemente, me había comentado estos hechos, entre
dolorido e impotente, en extensas charlasa con las que me honró. Con razón o sin ella, fuí opositor en 1983, y discrepé muchas veces con Don Raúl, pero jamás dudé de su
palabra: este testimonio es ineludible para asumir posiciones, pero con
conocimiento de causa. Trascribo el texto completo.
He
oído que algunos de los artículos y crónicas que se han escrito con motivo de
recordarse los 20 años del fallecimiento de Julio Cortázar especulaban sobre la
supuesta ingratitud argentina para con él, y como suele pasar en algunos
medios, con una frecuencia mayor a la que me considero merecedor, optaron por
sintetizarla en mí.
Comienzo
por reiterar mi admiración literaria por Cortázar y mi reconocimiento a su
compromiso con la causa emancipadora de América latina. Lamenté siempre, y
mucho, no poder conocerlo personalmente.
En
mis fugaces visitas a París, en aquellos años de las dictaduras militares, me
hubiera reconfortado, seguramente, poder encontrarme con él físicamente para
hablar y discutir sobre los esfuerzos que sé que compartíamos, junto a muchos argentinos
más, a favor de la causa de los derechos humanos en nuestro país y en América
latina. No pudo ser.
Poco
menos de un año después de mi último viaje a Europa durante la dictadura
(enero-febrero de 1983), ya los argentinos habíamos recuperado la democracia, y
Julio Cortázar hizo su última visita a Buenos Aires. Me hubiera gustado, como
presidente electo y en nombre del pueblo argentino, expresarle el
agradecimiento que sentíamos hacia él por su aporte a la cultura nacional y
mundial, y muy especialmente, por su respaldo comprometido en la lucha contra
la dictadura. Lamentablemente, tampoco pudo ser.
*
* *
Me
enteré después de muchos años que Osvaldo Soriano, otro gran escritor también
fallecido, había sugerido un interrogante sobre los motivos que me habrían
llevado a no recibir a Cortázar en diciembre de 1983. Supe que se inclinó hacia
una respuesta "intencional", atribuyéndome la decisión de querer
establecer distancia con una figura vinculada con las revoluciones cubana y
nicaragüense, y descartó de plano, la posibilidad de un desencuentro
involuntario.
Si
aquélla hubiese sido la lógica aplicada, cómo se explican mi visita a Fidel
Castro, en La Habana, la recepción en aquel mismo diciembre de 1983 a Daniel
Ortega, o en noviembre de 1984 a Ernesto Cardenal, ambos exponentes esenciales
de la revolución sandinista, la cooperación bilateral prestada a ambos países,
o la formación del Grupo de Apoyo a Contadora.
Creo,
además, que si admitiera en silencio el cargo que se me formula -negarle la
única reunión que le hubiera reparado tantas penas-, estaría pecando de
soberbia pues estaría suponiendo que yo era la encarnación de la sociedad
democrática. Además, hacerlo en soledad, también hubiera implicado avasallar el
necesario pluralismo político al dar yo las explicaciones por algunos
acontecimientos de los años 50 que constituyeron aquellas "quinielas
necrológicas y edilicias", cuyo acierto no lo hizo feliz, como él mismo lo
recuerda en la nota preliminar de "El examen".
*
* *
Sólo
puedo recordar lo difícil que resultaba en aquellas jornadas febriles para mí y
mis colaboradores ordenar la cantidad de entrevistas, reuniones informales y
asuntos que se presentaban y nos devoraban cada minuto de las jornadas sin
horario. Si para Cortázar pudo resultar una gran pena no llevar a cabo el
encuentro, sin duda para mí resultó además un real desmedro no poder contar en
esos días con su visión y su vivencia de la realidad que estábamos viviendo.
De
todos modos, estoy seguro de que Julio Cortázar igual se debe haber sentido
feliz al poder volver a caminar por Buenos Aires, disfrutando de aquella
libertad que un día lo había llevado a refugiarse en París, y volver a recibir
el afecto de los ciudadanos "de a pie". Espero que haya sabido
perdonar que como presidente electo no lo hubiera recibido aquel día,
simplemente por un desencuentro lamentable.
Quisiera
terminar con una reflexión sobre algunos de quienes parecen disfrutar de su
crítica constante, y para ello recurriré a Julio Cortázar, utilizando algo que
le atribuye a su personaje Bruno, en el cuento "El perseguidor",
cuando escribe: "Un buen resumen de la vida de un crítico, ese hombre que
sólo puede vivir de prestado, de las novedades y las decisiones ajenas".
Sé
que existe una enorme distancia entre él y yo, en nuestras capacidades y en
nuestras obras; Cortázar en la cúspide, y yo bastante más abajo; pero no tengo
dudas de que al menos, en algo nos parecemos: ambos hicimos o intentamos hacer
cosas, y no nos instalamos pasivamente a opinar sobre decisiones ajenas.
Si
alguna vez pudiera compartir con él la mesa de un café en el universo regido
por sus leyes, y tomarnos un "pernó" para inducir la mezcla de París
con Puente Alsina (Ángel Gregorio Villoldo), seguramente conversaríamos de las
abstracciones que están detrás de las cosas concretas, y discutiríamos sobre
ideas y valores, no permitiendo jamás que desaparezcan del diálogo, pues cuando
se ausentan, los hombres y mujeres quedan condenados a hablar sólo de sus
semejantes.
Muy Buena nota, es aclaratoria de la opinología antojadiza, que elucubran teorías rebuscadas y algunas mal intencionadas, sobre un encuentro, de dos personas, un escritor mundialmente conocido y un político que comenzaba a reafirmar sus huellas en la historia de un país que venía de la noche más oscura, y con todas las demandas reprimidas, de un pueblo que lo quería todo ya y en muchos casos sin miramientos. No dudo de una sola palabra de Alfonsín, tuve la posibilidad histórica que se les da a pocos hombres, casi un protagonista anónimo como soy, de hablar, como si estuviésemos compartiendo en una mesa café mediante con Raíl Alfonsín, y no precisamente en tiempos calmos. Posteriormente me volví a encontrar, ya cuando no lo asediaban los problemas, todos juntos sobre su cabeza. Encontré a ese Radical, muy involucrado con la socialdemocracia bernsteniana, algo que muchos, no vieron o no quisieron ver. Proveniente de la corriente socialista milite en el Radicalismo, y logré ser electo tres veces consecutivas como miembro de la Convención Nacional desde la provincia de Corrientes.
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