Exquisita crónica de Guillermo Rodríguez Rivera, transmitida desde La Habana por Silivo Rodríguez.
Hace un par de semanas, Segunda cita publicó mi comentario sobre un poema de José Martí que, como casi todos los que integran sus Versos sencillos
(New York, 1891), revela un pasaje de la vida del poeta y, claro, su
meditación –la poesía también es pensamiento– sobre el mismo. Ahora
quisiera asomarme a otro de esos poemas. Lleva el número IX en esa
colección y comienza así:
Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.
La gran poetisa chilena
Gabriela Mistral (1889-1957), el primer escritor latinoamericano
galardonado con el premio Nóbel de literatura, tenía entre sus
adoraciones a José Martí; al Martí escritor, sobre el que compuso un
texto capital para los estudiosos martianos, “Caminos en la lengua de
Martí”, pero también al Martí patriota y hombre, a quien dedicó
numerosos trabajos de una admiración sin tasa. Una sola excepción
reconoce la Mistral en ese su culto al poeta cubano. Es, justamente, ese
poema que conocemos como “La niña de Guatemala”.
María García Granados era una joven
guatemalteca, hija del presidente de esa república, que había sido
estudiante de Martí cuando el cubano enseñaba en su país. A Martí le
llamaban, unos con admiración y otros con envidia, el “doctor Torrente”,
por la arrasadora fuerza de su palabra.
Hubo, claro, una atracción
entre ambos, pero Martí había pedido en matrimonio a Carmen Zayás Bazán:
un mes después de casarse en México, en enero de 1878, Martí regresa
con Carmen a Guatemala:
… Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
El volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.
La Mistral no concibe a un
hombre de la sensibilidad y la grandeza humana de Martí –dice ella–
“jactándose” de que una muchacha muera de amor por él.
La
realidad no es siempre lo que parece y creo que a la gran poetisa
(poeta, prefería ella que la llamaran) le faltó información y un poquito
de sutileza para leer ese poema de Martí.
Hay un estudioso y casi
biógrafo de Martí que se llamó Manuel Isidro Méndez. Era un español que
se avecindó en La Habana, y quedó deslumbrado por la personalidad
intelectual y humana de Martí. Recomiendo su libro que se publicó hace
muchos años y que amerita una nueva edición. Él lo tituló escuetamente Martí,
porque seguramente pensó que esas cinco letras no necesitaban ningún
adjetivo laudatorio más que el montón que incluyen sin decirlos.
Isidro Méndez precisa que
Martí escribe esos versos en 1891, el momento en el que Carmen Zayas
Bazán lo deja e, incluso, va al consulado español en Nueva York a “pedir
protección” de su esposo –un desafecto de España– y poder regresar a
Cuba.
Jorge Luis Borges escribió
un famoso relato que se llamó “El jardín de senderos que se bifurcan”;
antes, Baudelaire había dicho que “existe una historia de lo que pudo
ser”. Constantemente el hombre tiene que optar entre posibilidades que
se excluyen; entre las bifurcaciones que el camino de la vida presenta.
Perdóneme, doña Gabriela,
pero Martí no está jactándose de nada. Martí ha transformado la muerte
de María en una muerte de amor. Está compadeciéndose por haber elegido
la que ahora, trece años después, ve como la bifurcación equivocada.
No nos está relatando un
pasaje de su vida: nos está contando, “a la sombra de una ala”, un
“cuento en flor”. Está entregándole a María –tarde, y nadie lo sufre
como él, por eso lo entrega en el sueño– el amor que no le pudo dar en
vida. La suya era entonces “la frente que más he amado en mi vida”.
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