miércoles, 3 de junio de 2015

1.000 millones de desocupados: crisis de civilización

El 15 por ciento de una población mundial de 7 mil millones de personas no tiene empleo. El capitalismo camina hacia una catástrofe permanente, más destructiva que cualquier crisis anterior.

La crisis financiera que se inició en 2008 y se expandió rápidamente por todo el planeta es apenas el emergente de un fenómeno profundo que subyace como un iceberg: una crisis civilizatoria a la que el capitalismo no sabe como encaminar, aunque entiende que deberá utilizarla, como siempre, para proteger las ganancias de las multinacionales, reducir los salarios, achicar el estado de bienestar allí donde todavía exista, y todo eso sin preocuparse por la degradación ambiental, la reducción masiva del agua dulce, y, en fin, los retrocesos en materia de alimentación, empleo, salud, educación y vivienda en 2/3 partes del mundo.
Triste espectáculo de un capitalismo que ahora canibaliza a aquellos que antes había explotado. Ya no le alcanza con pasar de la plusvalía a la ganancia, del poco empleo al desempleo, con reducir a países de gran tradición (Grecia, España) poco menos que a la mendicidad internacional.
Quiere más y para obtenerlo no se detiene en guerras de todo tipo, en un desenfrenado espionaje que ya no discrimina entre amigos y enemigos, en la presión de un orden financiero que ha puesto de rodillas a las ganancias de la industria, el agro, el comercio, la tecnología y los servicios, con la consecuente influencia negativa sobre el empleo, el salario y el consumo.
Es una paradoja de los tiempos modernos, ya advertida por Chaplin en la película homónima a principios del siglo XX. A mayor avance de la ciencia y la tecnología, mayor retroceso de las condiciones de vida materiales de un cuarto de la población mundial.
Hoy el capitalismo es capaz de producir alimentos para dar de comer a toda la población del mundo y aún le sobraría un tercio. Pero no lo hace. Y no lo hace porque una cosa es el hambre, a secas, y otra es el hambre solvente, es decir el hambre que puede pagarse la comida.
Detengámonos por un momento en el empleo. Se sabe que el capitalismo es una máquina de generar contradicciones, pero las que viene generando en la década última ponen en peligro su propia continuidad como sistema global.
Hoy el capitalismo no sabe qué hacer con el 15 por ciento de una población mundial que ya superó los 7.000 millones de individuos. O dicho de otra manera: no quiere explotarlas, ya que, para extraer plusvalía de su trabajo (diferencia entre el valor lo que un obrero produce y lo que cobra en forma de salario) debería darle, precisamente, un trabajo, y no lo hace porque no lo necesita, ya que las nuevas tecnologías (la “nube”, la robótica, los nuevos procesos industriales) cubren la diferencia entre la cantidad de trabajadores y la eficacia de la producción.
Tendencialmente, el capitalismo cada vez produce más bienes con menos trabajadores, y como además la población mundial sigue aumentando, la grieta entre pudientes y desposeídos se amplía sin cesar.
Súmese a ello que hay una enorme cantidad de migrantes en tránsito, personas que aún no han resuelto donde se afincarán, si es que podrán hacerlo en alguna parte. Por ahora miles de ellos permanecen colgados en las cercas de Ceuta y Melilla, centenares de miles de ucranianos vagan por los campos y otros tantos asiáticos también son andariegos. En menor medida, en la mayoría de los países sudamericanos se producen migraciones diarias hacia la Argentina y Brasil, y de México y Centroamérica hacia Estados Unidos, donde ya constituyen minorías significativas.
Instituciones como el estado de bienestar (creado tras la segunda guerra mundial por la socialdemocracia europea para contener el avance del comunismo) son anacrónicas desde 1989, cuando cayó el muro de Berlín, y no durarán mucho más tiempo, porque en el pico más alto sumaba un tercio del gasto total promedio de los países europeos, incluidos los de Defensa.
Mientras, las burguesías europeas necesitan desesperadamente bajar los salarios medidos en dólares que pagan en sus países, porque en China y el Asia Pacífico se paga cinco veces menos, y tres veces menos en Argentina y Brasil.
En suma, en esta nueva etapa el capitalismo no puede siquiera universalizar la explotación del hombre por el hombre, lo que al menos supondría, para los explotados, una forma de inclusión, dicho esto sin rastro de ironía. Norberto Colominas

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